A veces es difícil entender el fútbol. Y más cuando suceden hechos como el que me pasó al jugar un torneo de fútbol 5. Me anoté con un grupo de amigos con el objetivo de hacer un papel digno en la competencia. A sabiendas de las limitaciones futbolísticas nuestras, como se diría en el picado, fuimos a ver que pasaba. La primera discusión se generó obviamente con el arquero. Ante la negativa de mis 4 amigos decidí hacerme cargo del puesto más difícil. Con un pasado corto en el Club Social y Deportivo Parque y un poco más prolongado en Comunicaciones me calcé después de 10 años los guantes. El cubrir mis manos nuevamente me trajo sensaciones encontradas. Por un lado renació en mí agarrar una manzana, una naranja o un tomate y tirarlo hacia arriba para luego embolsarlo. Pero también me agarró cierta inseguridad al darme cuenta que hacía mucho tiempo que no ocupaba el arco en una cancha. Lo cierto es que pasó el primer partido y las quejas llegaron. Tras hacer un primer tiempo digno todo se desbarrancó en el segundo. Fue una derrota dura. 14 a 4 y nos hicieron precio. Si bien en el vestuario se observaron caras tristes, en general, nos alentamos al comprender que si ganábamos los otros 2 encuentros clasificábamos a los octavos de final.
Al siguiente domingo, nuestra actitud fue otra. No teníamos margen de error, por eso salimos como el Pacman (no tiene nada que ver con Toti) a comernos a los monstruitos(en este caso el equipo contrario). Y jugamos como Argentina contra Serbia y Montenegro en el Mundial del 2006. Nos salió todo, parecíamos la Naranja Mecánica o el actual España, porque cuando teníamos ganas convertíamos. Personalmente no me quería ir de la cancha y disfruté el partido. Goleamos 21 a 5, la verdad que no pasé sobresaltos y hasta me di el lujo de tirar un hermoso caño como aquél de Diego Buonanotte a Neri Cardozo en el Apertura 2007.
Nos faltaba el último encuentro. Teníamos 3 puntos y enfrentábamos al puntero con 6, algo que no pensábamos en la previa (suponíamos que iban a perder el segundo partido contra los que nos habían ganado en la primera jornada). La semana previa al encuentro sospechaba que el rival iba a ser complicado, ya que había ganado 5 a 1 y 6 a 2. Presentía que tenían un arquero como Óscar Córdoba, porque recibir 3 goles en 2 partidos de 50 minutos es una marca difícil de igualar. Para nosotros era la final del mundo. O quizás más. Debíamos ganar y además hacerlo por 2 goles para superarlos en puntaje.
Me acuerdo que llegamos a la cancha, ubicada en Palermo, y fuimos directo al vestuario a cambiarnos. Luego de colocarnos la ropa para el partido, ingresamos a la cancha. Saludamos al árbitro y nos preparamos para el comienzo. El reloj marcaba las 21:24 cuando la autoridad dio inicio al primer tiempo. Esperaba mucha presión por parte de ellos. Sin embargo fue todo lo contrario. Los 5 se ubicaron detrás de la línea del medio campo y se dedicaron a defender. La verdad que desde mi perspectiva fue una imagen triste. Nunca se preocuparon por jugar y su principal objetivo fue aguantar el resultado. Asimismo, mediante tiros de larga distancia pudimos sacar una leve diferencia. Al concluir los 25 minutos ganábamos 3 a 1. Con una actuación correcta desde el arco, les dí seguridad a mis compañeros. En el descanso de 10 tomamos agua y nos prometimos seguir con la misma actitud. El desgaste que habíamos realizado se sintió en la segunda etapa y ellos nos arrinconaron en nuestro arco pero respondí con un gol. Sí, me di el gusto de convertir tras un tiro de mitad de cancha. Hasta ese momento todo era felicidad. Pero llegó lo peor. Uno se cuestiona porque no terminó la historia allí. Lamentablemente continúa.
El resultado era 5 a 3 y quedaba sólo un minuto. Nosotros pasábamos y ellos decían adiós. No sé como pero luego de un rebote, el delantero rival quedó mano a mano conmigo. Me tenía fe. Sabía que el esfuerzo de todos mis amigos estaban en mis manos. Respondí ante el remate pero el rebote fue como una puñalada. Quedé descolocado y sin reacción. Me acuerdo esos 5 segundos nefastos. Uno de ellos la empujó y salió a festejar. El árbitro terminó el partido y ni siquiera nos dio la posibilidad de sacar del medio. Ganamos pero perdimos. La diferencia de un gol nos eliminó automáticamente. Por eso, la impotencia y la bronca se apoderaron de mí. Me saqué los guantes, los tiré contra el pasto y me senté junto al poste del arco.
Decidí olvidarme rápidamente del encuentro pero no pude. Porque al día siguiente en el colectivo de la línea 24 tuve la desgracia de compartir el recorrido con el autor del gol que sentenció la eliminación.
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